Al principio de este año ayuné junto con la iglesia, cuando tenía tiempos de oración sentí qué Dios trajo a mi memoria sentimientos y conversaciones que tuve durante mi primer año de casada (nada fácil). En ese momento no tenía clara la razón, pero justo una semana después entendí.
Cuando tenía dos años mis papás se separaron y como familia entramos en una dinámica de adaptación, mi papá se fue a vivir a otra ciudad y se dio varias oportunidades de rehacer su vida, lo que me hizo hacer un par de listas de “cosas que jamás voy a hacer” y “cosas que nunca perdonaría”.
Crecí creyendo que tenía que ser más lista y no cometer los mismos errores, pensaba que los demás tenían malos resultados en sus relaciones porque no sabían tomar decisiones, pensaba “si a mí me hicieran eso, yo ya no estaría ahí”, y aunque hay un porcentaje de verdad, el motor de todos esos pensamientos es el miedo.
Aunque en ese punto no había experimentado algo así, crecí con miedo; miedo a repetir lo que vi en mi casa, miedo a una infidelidad, miedo a un divorcio, miedo a vivir cualquier cuadro que representara sufrimiento en general. Cuando me casé, lo hice orgullosa creyendo que había visto todos los ángulos para que nada malo pasara, le leí a mi esposo las listas que había hecho, le dije: “Si tú un día me haces esto, me voy”. Si te estás riendo, sabes de qué hablo.
Una vez leí: “Si no quieres que nadie lastime tu corazón, no se lo entregues a nadie”. Siempre creí que los resultados de mi vida dependían de mí, de mi buena intención, de mis buenos cálculos, incluso de mi buena relación con Dios, hoy sé que de lo único que depende mi vida es de Su gracia, la misma que necesitamos todos.
Mateo 19:8 (versión NTV)
“Jesús contestó: Moisés permitió el divorcio solo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes, pero no fue la intención original de Dios”.
Otra traducción dice “por su corazón obstinado”. Al principio del año le dije a mi esposo mientras estábamos sentados en la sala: “Gabriel, si un día tú y yo no estamos juntos, que no sea porque mi corazón fue demasiado duro como para no perdonarte”. Una semana después entramos en un proceso largo y muy oscuro, se sentía a muerte. Hubo dolor, pero no había miedo.
No quiero generalizar ninguna situación, creo que vale la pena tomar decisiones en situaciones extremas. No minimizo el dolor de una infidelidad, abuso, adicción, etc. Pienso que no elegimos muchas veces el origen del proceso, pero sí elegimos el camino de la restauración y si este se parece a Jesús, entonces es el bueno.
Con amor,
Valeria Vázquez
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